En estos momentos resulta difícil vislumbrar el día en que la pandemia
del coronavirus devenga un recuerdo del pasado. Las consecuencias de esta
crisis global, que afecta a todos y no entiende de nacionalidades, etnias,
convicciones o patrimonios, son difíciles de imaginar. Pero cuando llegue ese
día, ¿habremos cambiado sustancialmente? ¿O la sociedad volverá a sus inercias
actuales?
Cuesta concebir un peligro social potencialmente más
instructivo por su carácter igualitario que la incomparable amenaza del
Covid19. Se trata de una cuestión global que no puede abordarse con eficacia
recurriendo a recetas locales y que precisa de una cooperación universal desde
una óptica
cosmopolita.
Aunque no sea este el momento para reivindicaciones
ideológicas o sociales, al menos hasta rendir al adversario, esta crisis puede
ayudarnos a cambiar nuestra mirada sobre ciertas cuestiones de una enorme
importancia. Puede variar por ejemplo la mentalidad hegemónica del sálvese quien pueda.
La extrema desigualdad no es
sostenible
Esta crisis carente de precedentes puede hacernos
comprender que la actual desigualdad social, cada vez más acusada, no es sostenible a
medio y largo plazo. Los beneficios desmesurados de la especulación deben
tender a moderarse y no suponer el único modelo social a seguir. Las rentas del
trabajo han de apreciarse como merecen, para reactivar un consumo atemperado en
el que no se solicite tanto lo superfluo.
Puede hacernos revisar nuestro desfallecido aprecio
por la moral del esfuerzo. También puede contribuir a que cobremos
una mayor conciencia sobre los problemas del cambio climático. ¿Tiene sentido que nuestros aviones colapsen el espacio aéreo y nuestras
carreteras no den abasto para un ingente número de automóviles?
Quizá descubramos que no tiene objeto desplazarse sin más. Que las nuevas tecnologías nos permiten comunicarnos desde nuestra sede habitual por motivos laborales. O que los viajes de placer devienen más placenteros cuando alcanzamos nuestro destino sin prisas, admirando el paisaje desde la ventanilla de un tren y disfrutando así del propio itinerario.
Interés personal y colectivo
alineados
Se nos pide quedarnos en casa el tiempo que haga
falta y no caer presas del pánico. Debemos hacer un ejercicio simultáneo
de responsabilidad individual y social. Para no contagiarnos y no
propagar la epidemia. Salvar nuestras vidas es una prioridad indiscutible, al
ser una condición de posibilidad para cualquier otra cosa. En
contadas ocasiones un desafío nos plantea que todos nos lo jugamos todo al
mismo tiempo.
Sin embargo, la crisis del coronavirus podría generar una
catarsis colectiva propiciadora de cambios muy significativos en un orden
social donde resulten más complementarios el interés personal y los intereses
colectivos.
Una oportunidad de oro para la
reflexión
Los inexpugnables muros de Troya no
contuvieron el astuto plan ideado por Ulises. Y su confiada población pagó un
alto precio por confiar a ultranza en sus míticas murallas. Aprovechemos esta
inusitada coyuntura para reflexionar sobre nuestros auténticos intereses y
revisar nuestra escala de valores. Rentabilicemos este malhadado asedio para meditar
sobre cómo suscribir un pacto social de nuevo cuño. Más allá de fórmulas
periclitadas y obsoletas que resultan cada vez más disfuncionales.
Considerada
como un paradójicamente benéfico Caballo de Troya, la pandemia que ahora nos asola podría generar
un renovado contrato social cuyo gozne girara en torno a lo más
primordial. Un inédito pacto social cuyas inventivas reglas de juego hicieran
frente a esos nuevos jinetes del Apocalipsis que se han sumado al cuarteto
tradicional: la extrema desigualdad y una exacerbada insolidaridad.
Así
que, estamos en un momento histórico, donde la vida se volvió frágil y no
existe miramiento alguno para dejar de existir debido a esta Pandemia, todos
estos acontecimientos deben servirnos para fortalecer nuestros valores y sobre todo
tocar nuestra sensatez, sensibilidad y responsabilidad.