El Siervo de Dios, 156 años de historia y milagros
José
Gregorio, como le conocen cariñosamente sus muchos devotos, según sus
biógrafos, destacó por sus aportaciones al desarrollo de la medicina moderna en
Venezuela, la generosidad con la que atendió a pacientes de bajos recursos y su
fe religiosa.
Nacido en la pequeña localidad de
Isnotú, en el estado Trujillo, en el centro-oeste de Venezuela, en 1864, pronto
destacó en los estudios y fue enviado a Caracas, donde se graduó en Medicina
con excelentes calificaciones en la Universidad Central (UCV).
Completados sus estudios, prefirió
regresar a su pueblo natal para atender allí a sus pacientes. Los médicos
rurales como él tenían que lidiar en la Venezuela de finales del XIX y
comienzos del XX con enfermedades como la tuberculosis o el paludismo, muy
extendidas entre la población.
El 29 de junio de 1919 murió
atropellado en una céntrica calle de Caracas por uno de los pocos
automóviles que circulaban por Venezuela en aquel entonces.
Muerto el médico, nació el mito, y
el culto a su figura llega hasta la actualidad.
TRAYECTORIA:
El Dr. José Gregorio Hernández nace en Isnotú,
estado Trujillo. Estudia primeras letras en su pueblo natal y se traslada luego
a Caracas, para estudiar en el Colegio Villegas, graduándose de Bachiller en
Filosofía en 1884. Estudia Medicina, graduándose en 1888. Presentó su tesis en: La doctrina de Laennec y La
Fiebre Tifoidea en Caracas”, ambos relacionados con enfermedades bacterianas, campo en
el cual centrará su profesión médica.
Es considerado Fundador de la Bacteriología en
Venezuela, luego se traslada a su tierra natal para hacer medicina rural, donde
recibe la noticia de que fue becado para cursar en Paris, estudios de
Microscopía, Bacteriología, Histología y Fisiología Experimental.
Regresa de Europa en 1991 y funda el Instituto
de Medicina Experimental, el Laboratorio del Hospital Vargas y varias cátedras
de Medicina, entre ellas Histología Normal y Patológica; Fisiología
Experimental y Bacteriología. Esta fue la primera que se fundó en América,
impulsando la renovación y el progreso de la ciencia venezolana. Perfecciona el
uso del microscopio.
En 1904 ingresa como Individuo de Número a la
Academia Nacional de Medicina como uno de sus Fundadores, Sillón XXVIII.
En 1909 renuncia a sus labores en Venezuela y
se traslada a Italia, para ingresar al monasterio de la Cartuja, como Fray
Marcelo. Su condición física lo hace regresar a sus actividades profesionales,
docentes y académicas, en Venezuela.
En 1914 vuelve a Roma, ingresa al Seminario,
pero nuevamente debe regresar, por síntomas de tuberculosis. Continúa sus
labores académicas y docentes hasta 1919, cuando fallece en accidente de
tránsito.
Durante los 23 años en que ejerció
efectivamente la docencia universitaria, el doctor Hernández dictó un total de
32 cursos, en asignaturas de su competencia, con asistencia de 694 estudiantes.
Hermosa síntesis analítica de una personalidad de excepción, concebida y
expresada dentro de la más compleja simplicidad.
En el mundo médico venezolano no existe persona
de la que se haya escrito más que de este ilustre trujillano; la exaltación de
sus virtudes y la aureola de santidad creada en torno a su existencia,
realizada por el fervor popular, groseramente abultada por los programas de
cine, radio y televisión, han desfigurado la señera silueta del maestro, su
vida y su obra, creando como un mito que poco armoniza con la realidad de su
imagen de médico eminente, de reconocida santidad.
Fue un hombre excepcional lo cual no lo eximió
de defectos y por tanto de críticas, solo Jesucristo estuvo exento de
debilidades y flaquezas. El entusiasmo de sus apologistas transformados en hagiógrafos
en los que respecta a su espiritualidad, los han llevado al punto de deificar
su vida, ignorando su condición humana y olvidando la responsabilidad de
quienes escriben la historia; de ahí que su figura se nos presenta asfixiada
por montañas de escritos, falsas anécdotas y huecas historietas, que habrá que
arrojar lejos para obtener la verdadera imagen de su persona, y una estimación
cabal de su obra y actuación especialmente como médico y docente, aunque
también tocaremos en parte su espiritualidad pudiéndola dejar a otros más
idóneos.
“El más hondo fundamento de la Medicina es el
amor. Si nuestro amor es grande, será grande el fruto que de él obtenga la
Medicina y si es menguado, menguados también serán nuestros frutos...”